Wednesday, May 18, 2011

Peras en el olmo

Ayer , por ejemplo, estuve por alguna razón más casual que planificada en una oficina laboral para hacer un trámite. En ella esperaba encontrar gente conocida que tenía tiempo sin ver, con la que seguramente hablaría de temas cordiales mientras hacía mi diligencia, pero me fui con una sensación de vacío que me asaltó imprevistamente.

Bien parece que tanta exigencia de correctitud política, miedo a todo cuanto pueda comprometer con la legalidad, y el exceso de actitud productiva que exigen los lugares e trabajo por aquí (no tengo tiempo sino para trabajar), hacen que cualquier ser humano sea capaz de convertirse en estos mundos en un robot simpático. Cordial, educado y siempre en etiqueta, pero inexpresivo. Nada de lo que se pueda sospechar, intuir o interpretar una segunda lectura. Ningún mensaje que no sea planeado. Mucho menos una expresión de afecto.

Entonces, ido, afectado y extrañado, me diagnostiqué y al mismo tiempo inquirí: por qué estaba esperando yo que alguien me echara un chiste, me pegara un abrazo o me diera una pista sobre lo que iba a ocurrir con el proyecto que manejo con esa oficina? Acaso el que a la gente de allí la conozca tiene que significar algún tipo de afecto? La respuesta en esa y en todas las oficinas de esta ciudad son la misma. La gente por aquí vive para trabajar. Lo demás es secundario. Mucho más en el ambiente de trabajo. Soy yo el que después de 10 años todavía espera peras en el olmo.

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