Tuesday, June 28, 2011

Encrucijadas

A muchos no les pasa igual. Cuando las cosas se ponen chiquitas, agradecen estar lejos. Puede que a mí me guste el sufrimiento. Mientras mayor es la crisis, más se me enciman las ganas de regresar a mi país. La comodidad de mi presente se me hace incómoda... es difícil de explicar. Puede parecerse a cuando un hijo está enfermo, uno puede saber que el tratamiento que se le aplica es el correcto, pero eso no basta. Uno no descansa hasta estar a su lado, midiendo uno la fiebre. Puede que la comparación ayude. O no.

No es que el país de uno sea como un hijo, ni de vaina. Mucho menos una madre. A la cultura de la que uno proviene tiene uno mucho que agradecerle pero también mucho que maldecirle. No es como a la madre y a los hijos que uno los quiere perdonar. Nacer en x o y es un accidente, es cierto. Pero es un accidente ineludible que, al menos a mí, no se me da cortar, ni tengo la más mínima intención de botar por la basura.

En tanto, mi vida presente me exige de toda la energía -o del doble, más bien, que es lo que toca a los ajenos- para echarla a andar. Para que el día a día tenga algún rebote en algún mañana. En el trabajo, en la cotidianidad con mi esposa, en la gente que voy conociendo en oficinas, en el trato que le doy a mis hijos, en lo que les planifique para que se vayan educando.

El tiempo va pasando y la inercia del futuro se va construyendo. Mi extranjería comienza a tener mayúsculas. Empiezo a ser un extranjero con capitulares, graduado, conocedor de la extranjería. La incomodidad del extranjero comienza a convertirse en mi zona de comfort, qué paradoja.
Y no me doy cuenta, hasta que ocurre una crisis. Hasta que Chávez se enferma, llegan las elecciones o las apuestas están por perderse. Entonces mi pasado se convierte en lo único que me importa. El sentido del tiempo y las prioridades se reordenan en una cápsula que es mi vida, y las calles de Miami y las declaraciones de Obama significan lo mismo que para un suizo que no ha salido de un pueblo nevado de Los Alpes, para un africano analfabeto, para un maorí renegado.

Ser extranjero es un remedio peligroso. Si uno sintió en algún momento que no pertenecía a su país, menos va a lograr pertenecer a un lugar en el que no creció. Es como querer echar raíces desde las ramas. Pero el sfuerzo hay que hacerlo. Si no entiendes, lees, escuchas y te informas sobre el lugar que habitas, estás perdido.

Pero eso, por difícil que se escuche, es un viaje formidable. Adictivo. Un viaje que se reproduce en sueños de otros viajes. Navegar y atracar. Navegar y atracar. Hasta que llega de nuevo una crisis y nada importa. Sólo importa la casa. La primera casa. La única que aparece en los sueños imprevistos.

Lejos, pero cantando

Un lenguaje que viaja y se mantiene incólume cuando uno empieza a habitar este tiempo sin tiempo que es el destierro (donde lo que importa está lejos y lo que está cerca tiene escasas significaciones) es la música. La buena música subsiste. Dice muchas cosas y sus ritmos, intrumentos, melodías, texturas y ánimos trascienden la historia y la geografía.
Puedo salir a correr en las calles del Southwest o subir el cerro Avila y allí una estrofa de Sting, un adagio de Mozart o una queja de la Venegas tener el peso poético que tienen desde que, como música, fueron conebidas. Hay una conexión entre la música y los seres humanos que vence los contextos, la enajenación, los pasaportes.
Un buen vino o una buena mesa, una preocupación o un descanso laboral, una mañana o un simple hastío, pueden ser siempre bien acompañadors si la música es buena. Si es jazz tradicional o standard de New Orleans, si es música galesa o salsa brava es cuestión de la predilección de quien pulsa play, la música como tal, si es buena, sobrepasa el lugar donde te encuentres, no importa si te sientes propio o ajeno, triste o envalentonado, si estás ilegal o te sientes preso. La música te pertenece.

Thursday, June 16, 2011

Categorías arbitrarias

Hay ciudades que parecen infinitas, y otras que simplemente faltan por conocer. En esta arbitrarísima categoría que sólo un extranjero puede tomar por cierta, Londres, por ejemplo, siempre me pareció una ciudad infinita, pues contiene, me parece, me hace sentir, millones de historias de gentes y lugares en su explanada y enorme extensión, para contarle a sus transeúntes.

Miami, en cambio, me parece que tiene mucho por conocer. Es un lugar lleno de secretos y espacios que el turista común no es capaz de localizar, impresionado por sus tiendas. Pero al conocerlos, es poca la sustancia que sus anécdotas tienen para contarnos. Será su juventud o su afán por venderlo todo antes incluso de que exista, o que el sol es tan fuerte que evapora todo, pero Miami parece siempre una ciudad liviana, sin demasiado para preocuparse o inquietar a los demás.

La sensación que me da Londres, también me la da Caracas. Los edificios, las zonas abandonadas, los bares y las avenidas contienen historias de millones de intenciones densas, amorosas o desafortunadas que sus habitantes han tenido habitando accidentalmente sus aceras y baldosas.

Pero no es una sensación que me dé Amsterdam, por ejemplo, que habiendo conquistado la actual Nueva York o visto nacer a Van Gogh no parece muy preocupada por sellar su existencia con sus anécdotas y, por el contrario, prefiere manejar bicicleta y rezar porque todo pase más ligero con el aroma de la marihuana.

Los Ángeles, con todo y su vida de autopistas, es una ciudad en la que, sobre todo los orientales, han acumulado muchas hermosas historias.

Orlando debería preguntarse si acaso es una ciudad. El viejo San Jaun podría prestarle algo.

A Buenos Aires le sobran historias. Ni hablar del DF. En cambio Bogotá lucha por terminar de asentar un misterio histórico que a la humilde Cartagena (porque en Cartagena hay la pobreza rampante, ese no es el problema) tiene de más.

Las ciudades y los hombres se entienden a su antojo, y con el tiempo (el poco o el mucho tiempo que convivan) logran o no, entablar ciertos lazos de comunicación que les producen unas relaciones específicas.

Siempre son arbitrarias, y a la vez, inútiles y inocuas estas calificaciones. Como mucho de lo que es fruto de la experiencia del extranjero. Pero está ahí esa relación. Diletante y enlistada al tiempo, para mañanas como la de hoy, en la que me gustaría estar en Juangriego tratando de obviar el supuestamente gracioso discurso de un niño margariteño y observar el mar, o aquí mismo, en este balcón desierto que es Miami, escribiendo lo que escribo.

Tuesday, June 14, 2011

Poema robado

And, while the sky grows dim and dimmer,
Feel no untold and strange distress­
Only a deeper impulse given
By lonely hour and darkened room,
To solemn thoughts that soar to heaven,
...Seeking a life and world to come.
Charlotte Bronte.

Monday, June 13, 2011

En blanco

Hay días en lo que todo parece suspendido. Los significados parecen rodados y los significantes no parecen ser lo que son usualmente. Uno se pregunta si uno es de aquí, de otro lugar, de ninguno o de uno que no conoce y, por supuesto, no tiene respuestas.
Hay días en que todo parece mentira.

Saturday, June 11, 2011

Ninguna palabra pierde más significado después que uno ha movido su eje de traslación que la palabra futuro. Ya normalmente es una entelequia, pero la gente suele imaginar y proyectar lo que será de su vida con los símbolos del entorno que conoce.
Cuando eso cambia, y todo resulta nuevo, y uno no sabe ni cuáles serán sus gustos ni sus disgustos, ni cómo reaccionará, debe reaccionar o va a reaccionar frente a lo que le rodea, el futuro se hace apenas un juego, la ciencia más especulativa, una verdadera incertidumbre.
Cómo saber lo que pasará en unos años en un ambiente en el que estamos en permanente descubrimiento?
Puede ser frustrante, pero también es divertido. Es una de esas paradojas clásicas que vienen con la libertad. Que, por cierto, esa es otra palabreja que se vuelve escurridiza.

Wednesday, June 1, 2011



Did she mean it?

No lo sé. La señora, con sus ojos azules, sus lentes, su piel blanca arrugada, y su educado semblante, me deseó las buenas tardes en inglés, "have a good one", me cobró, abrió la bara que me permitiría salir del peaje y reincorporarme a la autopista, y me sonrió.
Me sonrió, sí, me sonrió. No es frecuente. Pero la verdad es que no sé si me sonrió sinceramente o por trámite. Si era una sonrisa de alguien que hacía su trabajo con cariño o era una sonrisa de librito.
Parece una tontería, un detalle que sólo alguien con ganas de enredarse nota. Pero es que su sonrisa no es usual en un paraje de cobranzas viales. Aunque, a decir verdad, no fue que lo sentí como para decir "qué cariñosa la señora". Quizás fueron sus años: por tratarse de una señora mayor me inspiró cierta ternura y... no, recuerdo no me produjo, no tengo una señora tan blanca, ni tan de ojos azules que recordar.
Sólo me faltaría indagar en su mirada. La sostuvo apenas, es la verdad. Me miró de frente y a los ojos, pero no más de un segundo quizás. Dos a lo sumo.
No, no creo que haya sido especialmente cariñosa. Debo haber sido simplemente el conductor número 482 de la tarde al que le correspondía su sonrisa también 482.
O quien quita que sí. Que a los 482 nos haya sonreído cariñosamente y que hasta ahí ella sepa o pueda expresarlo, como sucede en esta cultura.