Monday, May 2, 2011

...y los recordatorios indeseados

Preguntaba, caminando solitario con una mochila al hombro, por una dirección en un chiringuito en Barcelona, sin notar, hasta que él hizo notarse, que un skin head me miraba con rabia. De la rabia pasó a insultarme repentinamente, gritando y en un idioma incomprensible (sería catalán iracundo) algo que entendí como "marico de mierda, qué carajo haces en mi tierra, vete pal coño". Me indigné, lo miré con cara de loco y de que no le tenía miedo (todos esos valientes se cagan con el menor desafío caribeño) y le dije que me gastaba mis reales en su puto país (o algo menos valiente, de seguro).
Me fui altivo en la superficie, pero golpeado realmente y en el fondo proque ante la salvaje, primitiva y territorial supremacía que aquel catalán sentía por su lugar, abusivamente invadido a sus ojos, poco pueden hacer los discursos de ciudadanos del mundo, el ánimo intercultural y la comprensión de que somos una sola especie literalmente abandona en un planeta en el que no sabemos qué vinimos a hacer. Si a los papeles nos remitimos, ese es su país y punto. Y si no, no hay sino que preguntarle a un funcionario de migración de un aeropuerto estadounidense, que bien claro lo tiene.
Ser extranjero siempre puede ser un portazo en la cara.

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